Las horas felices

Bernardo José Mora
Siempre es personal
2 min readMar 20, 2023

--

Me he enterado por este mismo periódico de que el reloj de Cort ha estado parado toda la semana mientras le ajustaban unas cuantas cosas del mecanismo para asegurarse de que pueda continuar dándonos la hora unos cuantos siglos más. Yo no soy lo que se dice un experto en cuestiones técnicas, pero, por lo que me ha parecido entender, lo que se ha hecho es pasarlo de 125 a 220.

Los relojes de fachada son como los teléfonos de las cabinas: hace tiempo que dejaron de ser necesarios porque todo el mundo lleva el suyo encima (ahora llevamos el teléfono y el reloj en el mismo aparato conque ya me dirán). Incluso antes, cuando no todo el mundo tenía reloj de pulsera y el móvil ni tan siquiera existía, tampoco es que los relojes de fachada fueran tan útiles como se piensa. Si tú te encontrabas en el Borne y querías saber la hora que era no te ibas caminando hasta Cort para enterarte: preguntabas al primer fulano con pinta de llevar reloj que se cruzara en tu camino y listo.

Lo que pasa es que los relojes han contado siempre con el favor de la literatura: «El reloj no existe en las horas felices», escribió una vez Ramón Gómez de la Serna. De las cabinas, en cambio, nadie ha hecho buena literatura y, menos a los ingleses, tampoco a nadie le ha parecido nunca que una cabina sea un patrimonio digno de conservar. Hace una semana desmontaron la única que quedaba en mi barrio. Me acuerdo perfectamente de la última vez que la utilicé. Fue una tarde de verano de hace más de treinta años.

--

--

“Yo soy un escritor de artículos cortos, cosa terrible, porque los artículos cortos se leen”. | Julio Camba