Cara a cara en Boulogne

Bernardo José Mora
Siempre es personal
2 min readFeb 23, 2018

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Julio de 1804. Más de un centenar de buques franceses llevan ya más de un año concentrados en Boulogne junto con una parte importante del ejército a la espera de recibir en cualquier momento la orden de invadir Gran Bretaña. Napoleón, que ha ido a visitar el campamento, manda trasladar al almirante Bruix su intención de pasar revista a la flotilla. Pero Bruix, ante la inminencia de la llegada de una tempestad, decide por su cuenta que la revista no tendrá lugar. En estas circunstancias no está dispuesto a arriesgar sus naves haciéndoles abandonar su abrigo en el puerto para alinearse en alta mar. Entre sus oficiales se aprecia inquietud ante su determinación pero nadie dice nada.

Cuando Bonaparte vuelve de su habitual paseo a caballo es informado de la negativa del almirante y, airado, lo llama a su presencia inmediatamente. Como Bruix se hace esperar resuelve salir en su busca acompañado de su Estado Mayor. El encuentro entre ambos se produce a mitad de camino. Bruix justifica su decisión pero Napoleón le repite la orden de manera tajante. La flotilla debe disponerse para la revista. El almirante se mantiene en su postura: no piensa obedecer. De repente, el emperador alza su fusta y avanza amenazante hacia Bruix. Este da un paso atrás llevándose la mano a la empuñadura de la espada. Los dos hombres se quedan inmóviles uno frente al otro dejando que los segundos transcurran. Quienes les rodean tampoco se atreven a moverse. Finalmente, Bonaparte baja la fusta e, ignorando a Bruix, se dirige al contralmirante Magnon para ordenarle asumir el mando de los preparativos de la revista.

La tempestad se abate finalmente sobre la flotilla en plenas maniobras y varios buques tienen que buscar refugio en puertos cercanos. Desarbolados y a merced de las olas, algunos no lo conseguirán. El propio Napoleón, que contempla el desastre desde su puesto de mando en la costa, correrá a la playa a socorrer a los marineros. Al día siguiente el mar devolverá los cuerpos de no menos de doscientos de ellos.

El almirante Bruix mantendrá el mando de la flotilla hasta que unos meses después, enfermo, se verá obligado a retirarse a París. Morirá de tuberculosis en marzo del año siguiente. En agosto, los planes de la invasión serán abandonados definitivamente.

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“Yo soy un escritor de artículos cortos, cosa terrible, porque los artículos cortos se leen”. | Julio Camba